LA VIDA ES UNA RISA Y LA MUERTE ES UN CHISTE...

No soy amigo de sentirme feliz usando las cápsulas predeterminadas, tales como llamar a un ser querido, comprarme algo bonito o arrancar a reir como un descosido. Además, mi búsqueda jamás ha sido la de la felicidad, como erróneamente dictaminó el líder de un retiro al que tuve el desagrado de asistir. No todos los seres humanos buscamos eso. Lo mio es la tranquilidad (Y, créanme, es una meta más lejana y difícil). Pero si he sido feliz. Recuerdo que hasta antes de salir del colegio lo era, circunstancia que perturba a quienes me leen ahora pero no han seguido mi existencia desde que me gradué. Y, aunque en menor cantidad, he sentido esos pequeños destellos de bienestar a lo largo de los años. No percibo el olor que tiene la mañana, no me gusta brindar por aquel amigo que se fue, y si alguien llegara a mezclar aguardiente y tequila no me imagino que vomita en esta vida. Pero si amo ver los colores del atardecer y cuando beso a mi mujer. Me gustan los caminos que hacen las gotas de lluvia cuando se resbalan perezosamente por una ventana, y ver los círculos que hacen los granizos en los charcos. Me gusta experimentar deja vús, y comer esa mezcla que mi madre hacía de leche en polvo y azúcar a partes iguales, cuando lo servía en un pequeño plato. Recuerdo que, junto a mis hermanos, practicábamos unos primitivos métodos de distribución dibujando caminos en la mezcla usando la cuchara, para asegurarnos de hacer un reparto equitativo. Me gusta romper la yema de un huevo frito y mezclarlo con el arroz. Me gusta el cuadro del nacimiento de venus de Botticelli, la novena sinfonía de Beethoven, Il pagliacci, la Monty Pyhton, Les Luthiers. Me gusta llegar tan temprano a una película que, luego de media hora de cortos, uno olvida que fue a ver. Me gusta mezclar plastilina de diferentes colores, y arrancar el plastificado de libros y cuadernos. Y BB. Y la voz de Mateo. Y la risa de Simón. Y una buena película. Y el sabor del primer trago de cerveza. Y el titilar del chat cuando alguien responde. Si, me he ablandado. Me empecé a ablandar el día que conocí a mi primer sobrino y me acabé de ablandar el día en que internaban a mi mamá en un centro de rehabilitación mientras, en una de esas circunstancias cósmicas, a varios kilómetros de distancia Nelson se quitaba la vida. Ese día empezaba a hacer los papeles para el empleo que tengo ahora, varios meses antes de reencontrarme con la persona con la que estoy ahora. Ese día algo hizo click en mi cabeza. Empecé a recordar que solía ser feliz. Para mi, es casi imposible ver sólo el lado bueno de las cosas, pero siempre es mejor que la alternativa.