EL DEDO DEL MEDIO

Tuve la ventaja de ser el hijo del medio, lo que me permitió entregarme al facilista sentimiento de "nadie me quiere" bajo el brazo tutelar de la casualidad natalicia. Siempre he tenido un hermano mayor, alguien de quien instintivamente me alejo en in intento de definirme a mi mismo por medio de no definirme como él. Sin duda es mi mayor influencia a la hora de no optar por un empleo de 8 a 5, pasar los días en un cubículo en un trabajo que lentamente va chupando partes del alma, una vida regular, un carro, una mujer promedio (como si tal cosa existiese, luego escribo sobre eso), un apartamento, los últimos artículos de lujosa masificación. Contaba apenas mi madre unos siete meses de haber dado a luz a su primogénito, cuando el maravilloso e inquietante proceso de la gestación inició nuevamente, deformando ciertas características y arruinando otras, el bello sistema por el cual dos hermanos (no gemelos) son física y mentalmente diferentes. Yo salí más a Toño, mi padre, así que he crecido teniendo una ventana al futuro de como será aproximadamente mi aspecto. cada vez que miro a mi padre veo como seré en 27 años. A veces asusta. ya empecé a cobrar mi herencia: la calvicie, el humor y una barriga cervecera. Es mi derecho por ser un Vargas. Mi hermano salió más a mi madre, al igual que Diana, la hermana que sigue. Bueno, si mal no recuerdo, luego de mi, nació uno que no nació, o nació antes de nacer, y luego si Diana. Así que durante varios años fui un sandwich entre un niño y una niña que se parecían entre si. Como todo niño, temí haber sido adoptado, condición que pasó del susto al deseo de que fuera realidad cuando llegué a la adolescencia. Para entonces, había nacido el cuarto, condición que reiteró mi sentimiento "nadiemequieretodosmeodian" hasta llevarme al retraimiento y la asocialidad. No fue sino hasta que intuí que mis padres descuidaban a todos sus hijos en general, y no a mi solo, que mis reservas pasaron a una miserable tranquilidad. Ya no me amargaba buscando la aprobación de mi padre por haber sido el hijo del medio. Me podía entregar a la amargura de no saber porque parece no aprobar mis acciones. El fin de semana pasado me sorprendí llorando copiosamente ante la escena de una película infantil donde un padre le dice a su hijo que se siente orgulloso de él. Si alguno sospecha de la veracidad de esta última sentencia, con terror recuerdo que existe una fotografía que grabó ese plañidero momento. Uno sólo se debe a si mismo, sin depender de aprobaciones ajenas. Pero eso se escribe más fácil de lo que se aplica. Facilita el hecho de estar inventándose la vida paso a paso. Una mujer me dijo una vez que, al ser el hijo del medio, tenía una ventaja. Ante mi mirada de incredulidad, me dijo que el hijo mayor suele tener el peso de convertirse en el responsable, la mujer se convierte en la madre (mi hermana es la única de los cuatro que tiene hijos) y el menor tiene el deber de ser el rebelde. Pero no existe cliché para el del medio. Puedo arruinar mi vida como me de la gana.