ME MORIA

El cerebro es un órgano tan fascinante como sobrevalorado. Guarda una increible cantidad de información inútil que sobrecoge el pensar en el espacio perdido con recuerdos innecesarios. Esta mañana, por ejemplo, mi cerebro me ha sorprendido (ingratamente, debo añadir) con un paseo por los más jartos momentos que he vivido el dia de mi cumpleaños. (Supongo, debido a la proximidad del número 31).
Fue así como recordé el cumpleaños número 17, cuando la pasé caminando tres cuadras una y otra y otra vez, uniformado y en compañía de una persona tan aburrida que ni recuerdo, todo debido a que yo no era ni cercanamente la persona favorita del teniente y, cuando le pedí permiso por mi cumpleaños (que se supone lo daban) me obligó a dar una solitaria vuelta a la estación mientras él despedía a los compañeros. Varios años después, frente al pelotudo de Andrés, habría yo de recordar aquella tarde remota en la que fui con mi novia de entonces a una fiesta sorpresa en un bar por el parque de la 93. Conocedora ella de mi aversión a muchas cosas, me previno de la sorpresa, así que ibamos juntos (yo advertido de antemano a encontrarme a un poconón de blogueros).
¿Quieren sorprender a alguien? ¿Seguros? Díganle que va a tener una fiesta sorpresa y luego no vayan. Creo que nunca me había sorprendido tanto como aquella noche al entrar al bar y no encontrar a nadie.

Claro que también se ha dado uno que otro buen momento en un onomástico. Hace un par de años, por ejemplo, por fin apagué una vela mágica, y si humedecen sus dedos y espichan la llama en vez de soplarla, cosa curiosa, no vuelve a prender, es un aliciente. Siempre recibo algo de alcohol o cigarrillos, y no se como hacen las personas para adivinar que eso me gusta. Por desgracia esos recuerdos toca buscarlos, no afloran como los desagradables, tremenda condición de mi memoria, que tengo la teoría que me detesta.